¿Quién soy?
Óleo sobre lienzo
2024
23 de octubre. Un pensamiento me ronda, insidioso, como una melodía que se niega a ser olvidada: ¿Es posible que nuestros rasgos definan quién somos?
Me siento frente al espejo, busco respuestas en mi mismo ser. Exploro mis ojos, el arco de mis cejas, la línea de mi mandíbula, y el pelo que descansa en mis hombros, como si en ellos se ocultara un misterio capaz de revelarme la verdad.
Me pregunto cuántas veces he dotado de un cambio a ese mismo cuerpo que ahora observo atentamente. Ese cabello ondulado que hoy roza mis hombros, aunque en otros tiempos sucumbió al filo de unas tijeras en busca de novedad. O la piel de mi rostro, marcada por el acné, sometida tantas veces a tratamientos que prometían redención. No poseo ya los mismos rasgos que el destino otorgó a esa chiquilla de mi pasado.
Y no soy la única. ¿Cuántas personas, movidas por el deseo de mejorar, o simplemente de cambiar, han transformado su cuerpo? Operaciones, dientes alineados, rostros rehechos en busca de una mejor versión de sí mismos, o tal vez de una identidad completamente nueva.
El ser humano cambia, como lo hacen las estaciones, como lo hace el río que nunca es el mismo. Todo en nosotros es inconstante, moldeado por el tiempo, por las experiencias o por el mismísimo aliento del mundo.
¿Cómo podría algo tan frágil como los rasgos con los que nacemos atarnos a un destino inamovible? La única certeza en la vida, paradójica mente, es el cambio. Y en ese cambio, me encuentro.
Óleo sobre lienzo
2024
23 de octubre. Un pensamiento me ronda, insidioso, como una melodía que se niega a ser olvidada: ¿Es posible que nuestros rasgos definan quién somos?
Me siento frente al espejo, busco respuestas en mi mismo ser. Exploro mis ojos, el arco de mis cejas, la línea de mi mandíbula, y el pelo que descansa en mis hombros, como si en ellos se ocultara un misterio capaz de revelarme la verdad.
Me pregunto cuántas veces he dotado de un cambio a ese mismo cuerpo que ahora observo atentamente. Ese cabello ondulado que hoy roza mis hombros, aunque en otros tiempos sucumbió al filo de unas tijeras en busca de novedad. O la piel de mi rostro, marcada por el acné, sometida tantas veces a tratamientos que prometían redención. No poseo ya los mismos rasgos que el destino otorgó a esa chiquilla de mi pasado.
Y no soy la única. ¿Cuántas personas, movidas por el deseo de mejorar, o simplemente de cambiar, han transformado su cuerpo? Operaciones, dientes alineados, rostros rehechos en busca de una mejor versión de sí mismos, o tal vez de una identidad completamente nueva.
El ser humano cambia, como lo hacen las estaciones, como lo hace el río que nunca es el mismo. Todo en nosotros es inconstante, moldeado por el tiempo, por las experiencias o por el mismísimo aliento del mundo.
¿Cómo podría algo tan frágil como los rasgos con los que nacemos atarnos a un destino inamovible? La única certeza en la vida, paradójica mente, es el cambio. Y en ese cambio, me encuentro.
Óleo sobre lienzo
2024
23 de octubre. Un pensamiento me ronda, insidioso, como una melodía que se niega a ser olvidada: ¿Es posible que nuestros rasgos definan quién somos?
Me siento frente al espejo, busco respuestas en mi mismo ser. Exploro mis ojos, el arco de mis cejas, la línea de mi mandíbula, y el pelo que descansa en mis hombros, como si en ellos se ocultara un misterio capaz de revelarme la verdad.
Me pregunto cuántas veces he dotado de un cambio a ese mismo cuerpo que ahora observo atentamente. Ese cabello ondulado que hoy roza mis hombros, aunque en otros tiempos sucumbió al filo de unas tijeras en busca de novedad. O la piel de mi rostro, marcada por el acné, sometida tantas veces a tratamientos que prometían redención. No poseo ya los mismos rasgos que el destino otorgó a esa chiquilla de mi pasado.
Y no soy la única. ¿Cuántas personas, movidas por el deseo de mejorar, o simplemente de cambiar, han transformado su cuerpo? Operaciones, dientes alineados, rostros rehechos en busca de una mejor versión de sí mismos, o tal vez de una identidad completamente nueva.
El ser humano cambia, como lo hacen las estaciones, como lo hace el río que nunca es el mismo. Todo en nosotros es inconstante, moldeado por el tiempo, por las experiencias o por el mismísimo aliento del mundo.
¿Cómo podría algo tan frágil como los rasgos con los que nacemos atarnos a un destino inamovible? La única certeza en la vida, paradójica mente, es el cambio. Y en ese cambio, me encuentro.